Para la fiesta del Espíritu Santo
(Segunda parte)
La paz del
alma que descansa en la Providencia es inalterable y nada puede perturbarla,
sabiendo que todas las criaturas están en manos de Dios y hace de ellas lo que
le place. Todos los hombres con su poder, y los mismos demonios con su perversa
voluntad, no pueden causarle inquietud, porque sabe que no tienen más que
aquella fuerza que la Divina Providencia les permite ejercer. Todos los designios
del Altísimo sobre un alma deben realizarse, aun cuando el infierno haga todos
los esfuerzos y vomite toda su rabia por impedirlos.
Nunca seremos
más gratos a Dios que cuando nos anonademos ante El para dejarle obrar en
nosotros lo que quiere y en el modo que le agrada.
La gloria del mundo es una quimera, y la
vanagloria es la ruina de toda obra buena. Renuncio a toda gloria, no quiero
tenerla si no es con Dios. El obra cosas maravillosas, obra maravillas, y si Él
está escondido, yo también quiero vivir escondida. Jesús desprecia toda gloria,
yo también la desprecio con Él y no la quiero. Quiero sólo vivir en Cristo, en
el pesebre, en Egipto, en sus llagas, en su sacramento, en el cielo, donde se
encuentra Jesucristo a la derecha del Padre, sin querer aparecer en la tierra.
Oh vida feliz la vida escondida en Dios, en Dios con Jesucristo amabilísimo Esposo,
que embriaga con su infinito Amor. Renuncio a toda alabanza; si hago el bien,
es Dios el que lo hace en mí. Él sea alabado. Soli Deo honor et gloria. Si, en
cambio, obro mal, si me endurezco en los defectos o si despierta en mí la complacencia
por los halagos del mundo o por sus honores, haz, Señor, que yo sea injuriada y
condenada, que despierte mediante toda suerte de oprobios, a fin de que no me
adormezca en ese estado mortífero. Oh Jesús, Jesús, Amor, ayuda siempre a tu
pobrecilla, tu pobrecilla esposa, y llévala siempre en tus brazos. Yo descanso en
Ti, en Ti me abandono, en Ti confío.
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