jueves, 22 de marzo de 2018

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 83


16 DE JULIO DE 1896

Cuando vi la luz, a Ti me consagraron, Madre dulcísima, Virgen del Carmelo.

A. M. G. SS. C. J.

Hoy renuevo mi consagración a Ti, Virgen del Carmen, que desde el santo monte me hablas una vez más un lenguaje nuevo y sublime. Sí, oh Madre mía, yo quiero la perfección, la quiero a toda costa; nada me importan los sacrificios porque sé que sostenida por Ti lo puedo todo. Sí, quiero morir de amor de Dios después de una vida de gran generosidad, y esta gracia que yo no he sabido nunca merecer la espero por tu intercesión. Jesús está enamorado de tu hermosura interior y por ella yo me siento segura de obtener tan grande y sublime gracia. Me vistieron tu librea y desde aquella hora ya no soy mía, sino que pertenezco a Ti en todo y no quiero separarme por culpa mía. La renovación de las promesas del bautismo me resulta dulcísima, como el eco tantas veces repetido solemnemente de los votos de mi profesión religiosa y de todos mis votos particulares. No tengo nada que darte, oh Jesús mío, estando mi vida en este día dichoso totalmente vacía de méritos; pero yo te amo, oh Jesús, te amo con todo el corazón, te amo mucho, mucho, me siento derretir de amor por Ti; pero por mucho ardor que yo sienta, veo y siento que es una nada, una sombra muerta comparado con las llamas de amor con que me rodeas continuamente. Oh mi Jesús dulcísimo, oh Corazón adorable, oh horno ardiente, dígnate sublimar mis afectos y embellecer todas mis ternuras; todas son para Ti y no les permitiré nunca que se inclinen ni hacia las criaturas ni hacia mí misma. Te lo he prometido con solemnidad, con voto especial, y hoy de nuevo te lo juro, pues no teniendo nada, miserable como soy, para presentarte, me da algún consuelo repetirte, al menos, estos juramentos. Oh Jesús, Jesús, yo suspiro de amor por Ti, languidezco y muero; ¿por qué no muero de amor por Ti? Ay, ensánchame el corazón, dilátame el corazón como el universo; da siempre nuevo impulso a mi espíritu para que te pueda amar, si no cuanto mereces, al menos, un poco menos indignamente. Corazón adorable, Corazón amantísimo, Corazón encendido, horno ardientísimo del divino Amor, ¿qué queréis que yo haga? A todo estoy dispuesta: he aquí vuestra víctima; disponed de mí como más os agrade.
Jesús mío, si lo que hoy me pedís con tan fuerte impulso sois Vos el que lo reclama, si no es una ilusión mía, me pongo en vuestras manos santísimas. Sabéis cómo nada valgo y que sólo soy capaz de malograr las obras de vuestra gloria y de quitarles lo más valioso que tienen. Pero si Vos lo queréis, yo lo haré; sí, lo haré a costa de cualquier dificultad, habiéndome demostrado la experiencia que sois Vos el que lo hace todo en mí y por mí y conmigo, para vuestra gloria. Para no caer en ilusiones acudiré a mi Ananías, a fin de asegurarme de vuestro divino querer.




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