16 DE JULIO DE 1896
Cuando vi la luz, a Ti me
consagraron, Madre dulcísima, Virgen del Carmelo.
A. M. G. SS. C. J.
Hoy renuevo mi
consagración a Ti, Virgen del Carmen, que desde el santo monte me hablas una
vez más un lenguaje nuevo y sublime. Sí, oh Madre mía, yo quiero la perfección,
la quiero a toda costa; nada me importan los sacrificios porque sé que
sostenida por Ti lo puedo todo. Sí, quiero morir de amor de Dios después de una
vida de gran generosidad, y esta gracia que yo no he sabido nunca merecer la
espero por tu intercesión. Jesús está enamorado de tu hermosura interior y por
ella yo me siento segura de obtener tan grande y sublime gracia. Me vistieron
tu librea y desde aquella hora ya no soy mía, sino que pertenezco a Ti en todo
y no quiero separarme por culpa mía. La renovación de las promesas del bautismo
me resulta dulcísima, como el eco tantas veces repetido solemnemente de los
votos de mi profesión religiosa y de todos mis votos particulares. No tengo
nada que darte, oh Jesús mío, estando mi vida en este día dichoso totalmente
vacía de méritos; pero yo te amo, oh Jesús, te amo con todo el corazón, te amo
mucho, mucho, me siento derretir de amor por Ti; pero por mucho ardor que yo
sienta, veo y siento que es una nada, una sombra muerta comparado con las
llamas de amor con que me rodeas continuamente. Oh mi Jesús dulcísimo, oh Corazón
adorable, oh horno ardiente, dígnate sublimar mis afectos y embellecer todas
mis ternuras; todas son para Ti y no les permitiré nunca que se inclinen ni
hacia las criaturas ni hacia mí misma. Te lo he prometido con solemnidad, con
voto especial, y hoy de nuevo te lo juro, pues no teniendo nada, miserable como
soy, para presentarte, me da algún consuelo repetirte, al menos, estos
juramentos. Oh Jesús, Jesús, yo suspiro de amor por Ti, languidezco y muero; ¿por
qué no muero de amor por Ti? Ay, ensánchame el corazón, dilátame el corazón
como el universo; da siempre nuevo impulso a mi espíritu para que te pueda
amar, si no cuanto mereces, al menos, un poco menos indignamente. Corazón
adorable, Corazón amantísimo, Corazón encendido, horno ardientísimo del divino
Amor, ¿qué queréis que yo haga? A todo estoy dispuesta: he aquí vuestra
víctima; disponed de mí como más os agrade.
Jesús mío, si lo que hoy me pedís con tan fuerte
impulso sois Vos el que lo reclama, si no es una ilusión mía, me pongo en
vuestras manos santísimas. Sabéis cómo nada valgo y que sólo soy capaz de
malograr las obras de vuestra gloria y de quitarles lo más valioso que tienen.
Pero si Vos lo queréis, yo lo haré; sí, lo haré a costa de cualquier
dificultad, habiéndome demostrado la experiencia que sois Vos el que lo hace
todo en mí y por mí y conmigo, para vuestra gloria. Para no caer en ilusiones
acudiré a mi Ananías, a fin de asegurarme de vuestro divino querer.
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