MI RETIRO EN BUENOS AIRES
Como preparación para la Pascua (1896)
(Segunda parte)
Por cualquier
dificultad que encuentre al ocuparme de los asuntos de la gloria de Dios, no me
desalentaré, sino que redoblaré la confianza pensando que es Jesús el que lo
hace todo y permite las dificultades para sellar sus obras. Las obras de la
gloria de Dios padecen violencia. No me extrañaré, pues, de las contradicciones
en las empresas, sino que las consideraré como buenas señales. Por muchas contradicciones
o violencias que yo sufra, la obra no resultará de otro modo que según él
beneplácito de su Divina Majestad. Poco importa que sean buenos aquellos que me
contradigan; entonces debo estar incluso más contenta, porque afectarán más a
mi corazón, demasiado tierno por naturaleza. Carezco de amor de Dios si no
estoy dispuesta a padecer todo con santa alegría y con vivo deseo de padecer
cada vez más. De nada vale mi amor a Dios si no poseo un celo devorador por la
mayor gloria de Dios y por la salvación de las almas, unido a un santo ardor
que me impulse siempre a mayor perfección para hacerme ser menos indigna de
tratar con Dios y por Dios. Pondré atención en las menores cosas, y no
consideraré nunca pequeñas aquellas cosas que puedan desagradar a Dios o darle
gusto.
A pequeñas
observancias van anejas gracias grandes y señaladísimas.
El buen Jesús
no mide el bien que se hace, sino el modo como se hace. La virtud no es una
estrella errante a la que se le detiene o suspende el movimiento, sino que
tiene un movimiento continuo. El que no avanza, retrocede.
Procuraré tener
la vista fija y continua en la presencia de Dios y haré lo que pueda de mi
parte para que mi corazón se pierda en ese océano de Amor, su centro, a fin de
obtener poco a poco la facilidad de realizar todas las cosas con tranquilidad
inalterable.
La íntima unión
con Dios llena al alma de una fuerza invencible que la hace capaz de soportar
todo sin conmoverse.
El amor de Dios triunfa de todo, siendo un fuego que al cebarse en el objeto lo convierte en fuego; y la mirada fija en Jesús vuelve al alma justa y ordenada, haciéndola El participar en su inmutabilidad.
El amor de Dios triunfa de todo, siendo un fuego que al cebarse en el objeto lo convierte en fuego; y la mirada fija en Jesús vuelve al alma justa y ordenada, haciéndola El participar en su inmutabilidad.
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