jueves, 1 de marzo de 2018

"Pensamientos y Propósitos" de Santa Francisca Javier Cabrini - 80


MI RETIRO EN BUENOS AIRES

Como preparación para la Pascua (1896)
(Segunda parte)


Por cualquier dificultad que encuentre al ocuparme de los asuntos de la gloria de Dios, no me desalentaré, sino que redoblaré la confianza pensando que es Jesús el que lo hace todo y permite las dificultades para sellar sus obras. Las obras de la gloria de Dios padecen violencia. No me extrañaré, pues, de las contradicciones en las empresas, sino que las consideraré como buenas señales. Por muchas contradicciones o violencias que yo sufra, la obra no resultará de otro modo que según él beneplácito de su Divina Majestad. Poco importa que sean buenos aquellos que me contradigan; entonces debo estar incluso más contenta, porque afectarán más a mi corazón, demasiado tierno por naturaleza. Carezco de amor de Dios si no estoy dispuesta a padecer todo con santa alegría y con vivo deseo de padecer cada vez más. De nada vale mi amor a Dios si no poseo un celo devorador por la mayor gloria de Dios y por la salvación de las almas, unido a un santo ardor que me impulse siempre a mayor perfección para hacerme ser menos indigna de tratar con Dios y por Dios. Pondré atención en las menores cosas, y no consideraré nunca pequeñas aquellas cosas que puedan desagradar a Dios o darle gusto.
A pequeñas observancias van anejas gracias grandes y señaladísimas.
El buen Jesús no mide el bien que se hace, sino el modo como se hace. La virtud no es una estrella errante a la que se le detiene o suspende el movimiento, sino que tiene un movimiento continuo. El que no avanza, retrocede.
Procuraré tener la vista fija y continua en la presencia de Dios y haré lo que pueda de mi parte para que mi corazón se pierda en ese océano de Amor, su centro, a fin de obtener poco a poco la facilidad de realizar todas las cosas con tranquilidad inalterable.
La íntima unión con Dios llena al alma de una fuerza invencible que la hace capaz de soportar todo sin conmoverse.
El amor de Dios triunfa de todo, siendo un fuego que al cebarse en el objeto lo convierte en fuego; y la mirada fija en Jesús vuelve al alma justa y ordenada, haciéndola El participar en su inmutabilidad.


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