Concilio Vaticano II |
Después del Vaticano II la vida
religiosa, entre otros cambios fundamentales, empezó a abrirse más al contacto
con el exterior. Empezaron tiempos conflictivos para el Instituto. Las
directivas de la Sagrada Congregación para Religiosos invitaban a revisar con
detenimiento las Reglas y a comenzar el “aggiornamento”, lento, pero respetuoso
y sostenido de costumbres tan arraigadas. En ciertos sectores del Instituto, no
solamente de las Misioneras, si no de todas las demás congregaciones, había
resistencia; seguía instalado el miedo al cambio que ya se había visto en las
comunidades que eran visitadas por las hermanas enviadas a supervisar. Por un lado,
era grande el temor a que el carisma fundacional se deteriorara y por otro,
sobre todo en las generaciones más jóvenes, se acentuaba la esperanza de que el
cambio trajese un aire revitalizador que, por el contrario, volviese a la
amplitud de espíritu que había tenido la Santa Madre. Esto, si bien no
provocaba divisiones, como mínimo, creaba un clima de disenso. Habían empezado
a correr los años 70.
La Hermana Flora era por entonces Provincial. El Capítulo General la eligió como Asistente por América Latina y su destino fue Roma. En su lugar, la Asamblea de la Provincia Argentina, nombró a Matilde. Ella cuenta este tiempo de esta manera.
"Aceptar ser Provincial fue para
mí un acto de obediencia. Obediencia a algo que me cayó grande. Yo no me sentía
cómoda en el tipo de relaciones sociales en las que era preciso hablar y asumir
compromisos de interacción, sobre todo con las comisiones de padres y eso.
Había cosas que ya estaban establecidas; los padres de familia empezaban a
tomar parte en la administración. Yo había puesto mis objetivos en otros
aspectos de la misión y verdaderamente me costó mucho. No todos los laicos que
se acercaban tenían buenas intenciones; éramos muy nuevas en este cambio y era
difícil detectar quién venía con otros intereses; de hecho, hubo algunos
fraudes; los más importantes fueron económicos. Recé mucho y tomé la decisión
de no seguir el libreto que ya estaba establecido. Lo sabía, y en efecto, esto
causó conflictos muy serios dentro de la Provincia. Tomé las cosas en mis
manos, me hice cargo sobre todo de la parte económica y empecé a hacer los
balances generales yo misma ayudada por la secretaria del Colegio de Caballito.
Esto fue motivo de mucho sufrimiento para mí y entiendo que también para otras
hermanas que pensaban distinto. Cuando viene para la visita a la Provincia la
Madre General, la Hermana Regina Casey, me preguntó si era verdad que yo, como
Provincial, me ocupaba solamente de las cosas materiales, del dinero, y no de
las hermanas. En realidad, esa era la acusación que se me hacía. Le dije que en
parte era verdad y que debía hacerlo porque había recibido una Provincia con una
caja de trescientos pesos y ni un centavo más. Tenía la gran responsabilidad de
sostener los colegios: Capilla del Monte, Regina Coeli... las comunidades, y me
vi obligada a poner gran parte de la energía en sacar esa situación adelante.
Yo nunca dudé en que tratar de sacar adelante la Provincia, aliviar las
necesidades de los colegios y las comunidades era, al mismo tiempo, ocuparme
también de las hermanas.
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