En ese tiempo, salió una moratoria para las jubilaciones; todavía estaba en la Comunidad de Caballito la Hermana María Escudero, quien hace muchos años entró a la clausura; le pedí que fuera apoderada junto conmigo y poco a poco, conseguimos sacar la jubilación de veinte hermanas; nos ocupamos también en tramitar la de otras que ya no estaban en el Instituto, que habían salido. Providencialmente, y a pesar de que en su momento fue para muchas motivo de escándalo, con lo que ingresó gracias a esos haberes jubilatorios, pudimos salir adelante, porque las hermanas cobraron con muchos retroactivos. Me tuve que ocupar de eso porque no había otra forma de sostener las misiones. También se vendió la casa vieja de Villa Mercedes que estaba a dos cuadras de la Iglesia principal. Era una edificación antigua, con paredes de barro y se empezó con los trabajos en el Sagrado Corazón. El dinero que se obtuvo se puso en el banco. En la Argentina estaba empezando un período político muy difícil. Perón había muerto y su mujer había asumido la presidencia. Uno de los padres de Caballito, de suma confianza, me aconsejó un tipo de inversión que, sabiendo quién me estaba asesorando, hice. Él conocía por su trabajo mucho del tema. Después de eso, inmediatamente, tuve que viajar a Italia. El asesoramiento fue tan acertado que cuando regresé, encontré que la suma que habíamos invertido se había triplicado. Este señor me había dicho que no era momento de hacer plazos fijos ni de dejar el dinero quieto, sino de comprar bonos nacionales. En Roma estuve bastante tiempo, no sé, creo que un mes. La Hermana Constantina era la ecónoma en ese momento y con ella habíamos comprado esos bonos a cincuenta pesos cada uno, a mi regreso, habían subido a ciento cincuenta. La Hermana Luján estaba en Capilla del Monte y con dificultades para pagar a las maestras: el dinero que se había obtenido sirvió para eso y para otras cosas que había que cubrir”.
Como en toda época de crisis
institucionales, las aguas se dividen. La
Provincia Argentina vivió momentos de correntadas turbulentas ciertamente dolorosas.
Hay hermanas que recuerdan cómo algunas comunidades, como la de Santa Rosa
Centro, dejaban a Matilde esperando en la calle sin abrirle la puerta. Las
cosas se llevaban a nivel personal y algunos colegios se atrincheraron como
territorios particulares. Pero conflictos hubo en la primera comunidad de los
apóstoles y seguirá habiendo, sin dudas, hasta el fin de los tiempos. Fue muy
difícil conciliar las posturas de las Hermanas en esa época. Matilde enfrentó
desplantes y acusaciones que, como ella misma cuenta, llegaron hasta la misma
Madre General. Armaron también especie de "tribunales internos" en
los que se juzgaban sus actitudes y determinaciones como Provincial.
Evidentemente, fue una obediencia que
debió acatar, pero que no le había caído grande como ella dice. Fue,
justamente, asumir por obediencia una responsabilidad en una época
particularmente complicada; un servicio que no todas aceptaron o comprendieron
la forma de prestarlo, sobre todo, algunas hermanas establecidas en comunidades
desde mucho tiempo, con carácter fuerte y con la costumbre de manejar las cosas
muy a su manera, particularmente en el aspecto económico. Todo esto fomentaba
más fricciones que espíritu de colaboración y de acuerdo.
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