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Matilde no lo dice, pero a pesar de lo abierta que era la comunidad, la presencia del muchacho traía roces. No todas las hermanas estaban de acuerdo; algunas eran mayores ya y les parecía que no correspondía, a pesar de que ni lo veían, porque debía estar quieto, siempre en reposo en ese cuarto al que se accedía por el patio. La recuperación se prolongaba y para evitar más controversias, cuando hubo algún progreso y mejoría, le buscó un lugar en el que pudieran atenderlo y donde no se malograra lo conseguido hasta entonces.
"Busqué una pensión, conseguí una no muy lejos, por Caballito; después, cuando estuvo mejor, otra por el barrio de Liniers y finalmente, mientras estudiaba, logramos un lugar en un pensionado de los Jesuitas, en la calle Sarandí. Llegó hasta tercer año de abogacía, pero no siguió estudiando. Tenía que trabajar para mantenerse, así es que consiguió un puesto como telefonista en el Congreso, en el Senado de la Nación y desde entonces, no paró de progresar. Ocupa aún un cargo en el mismo Congreso como asesor en la Comisión de Trabajo para Discapacitados dependiente de la Organización Internacional del Trabajo, la OIT".
Con los años de dedicación y cuidado de Humberto, Matilde terminó de descubrir y asumir definitivamente el instinto materno, pero también empezó a manejar algo de lo que años atrás, Madre Serena le había mostrado: la libertad; la libertad de conciencia y como resultado, la libertad de acción frente a las necesidades urgentes de aquellos que Dios va poniendo en su camino. Ve la necesidad y actúa. Nada la detiene. Se deshace de aquella atadura legalista de la postulante que se escondía a estudiar las Santas Reglas de memoria para ver, obsesivamente, en qué no se estaban cumpliendo. Ella, tal vez, no lo quiere ver como libertad porque puede llegar a sentirlo reñido con la obediencia, pero hay firmeza y rectitud de intención en sus convicciones. Todo pasa por el filtro de la oración y tiene que sentirlo muy profundamente como puesto por Dios delante de sí. Una vez que tiene claro que así es, no hay argumento que pueda destruir o contaminar su actitud frente a la misión.
"Dios ha querido ponerme en el camino, casi siempre, personas que necesitaban un apoyo fuerte para vivir, para romper cualquier motivo de sufrimiento. Nunca, nunca jamás puede ir contra la voluntad del Señor. Recuerdo ahora que a la capilla del cementerio de Villa Mercedes iba siempre un joven de unos treinta años que no podía caminar, se arrastraba. Yo no tenía paz mirándolo y me torturaba preguntándome por qué tenía este hombre que arrastrarse así, por qué vivir de una manera tan indigna. ¿Cómo era posible que no tuviera una silla de ruedas para moverse mejor? No paré hasta que conseguí una. Dios me pone enfrente personas así. Yo siento, humildemente lo siento, que a mí, Dios me pide que lo ayude. No puedo permanecer ciega ante una necesidad básica. Antes de conocer y ocuparme de Humberto, vi un señor que estaba también en silla de ruedas pero que no tenía fuerza en las manos para impulsarse. Busqué y busqué hasta que conseguí un pequeño motor y alguien que lo adaptara a la silla. No tuvo que hacer más esfuerzos, ¡estaba feliz! No sé, este fue el primero, después Humberto... y después, fue Nicaragua”.
Humberto Sottile es ahora un hombre
ya mayor, a punto de jubilarse. Fue presidente de la Comisión de Discapacidad
del Senado de la Nación, y asesor en la redacción de leyes que igualan el
acceso a las posibilidades de trabajo de las personas con discapacidad. Ha
tratado de devolver lo que, por la gracia de Dios, ha recibido de esta hermana
que se define a sí misma como una “monja con hijos".
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