Villa Mercedes, San Luis |
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Fueron cuatro años los que ella
permaneció en Villa Mercedes y su relación con las familias no se limitó
exclusivamente a la atención espiritual. Les fue enseñando a las chicas a estar
atentas a las necesidades básicas de las personas, a que no les falte nada, que
nadie quedara sin calzado, sin ropa digna, sin útiles para los chicos.
Conseguían medicamentos y, en el caso que fuera necesario, también alimentos.
El anhelo inicial que la inquietaba
mientras limpiaba los pisos en el Colegio de Caballito se concretaba en
abundancia y acendraba más aún la vocación.
La misma gente del barrio empezó a
hacerse cargo de algunas tareas propias de la misión. Un señor que vivía con su
mamá y la llevaba a participar de la Eucaristía con una dedicación y alegría
notable, se encargaba de abrir el garaje antes de la Misa; lo mantenía limpio y
preparaba todo lo indispensable para la celebración. Con otro señor del barrio
se propusieron y consiguieron un terreno. Allí, los padres franciscanos y todos
los vecinos empezaron a levantar la capilla. Con sus propias manos y dedicando
el tiempo libre, la terminaron. Era como haber concretado el sueño de la casa
común.
Pero una nueva inquietud daba vueltas
en el corazón de esta religiosa que descubría cada vez, una faceta nueva de las
casi inabarcables que tiene la vocación.
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