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La misión en el barrio criollo le
despertó otro sentimiento y esta vez, aparentemente reñido con lo estrictamente
relacionado con la vida religiosa.
Hoy, a sus 90 años, ya le puso nombre y lo asumió hasta las más conflictivas consecuencias. Sonó muy duro y sin embargo, muy serenamente expresado cuando dijo, sin dudar un segundo:
"Soy una monja con hijos".
Después de decir esto, empieza a desmadejar la secuencia de aquello que fue dándole lugar a aceptar que en ella por lo menos, el instinto maternal no se contrapone con la consagración.
"En esta misión en la escuelita
del Barrio Criollo, el primero que salta ante mi vista es Humberto (Humberto
Sottile). La Misa todavía se celebraba en la escuelita. Él estaba en sexto
grado y quería tomar la comunión. Se movía arrastrándose, con una dificultad
enorme. La enfermedad le impedía tener movimiento en las piernas y estaba mal
sostenido por unos aparatos horribles e inadecuados que le habían deformado
todo el cuerpo. Llegó como pudo para participar de la misa, se me acercó y me
preguntó si podía ser monaguillo. Al principio me negué; le dije que no, que
con los aparatos y los bastones con los que se movía, le sería muy incómodo.
Pero para mi sorpresa, empezó la celebración y... este chico entró con el
sacerdote. ¡Increíble! Tenía una alegría y un entusiasmo enorme. Se preparó e
hizo su primera comunión ahí, en la escuelita. Yo sufría tremendamente al verlo
moverse con esa dificultad y con esos aparatos que, más que ayudarlo, lo
limitaban.
Hospital San Juan de Dios, Ramos Mejía |
Como todos los años, durante el
receso escolar, nos reuníamos en Buenos Aires para la Asamblea y el retiro
anual. Cuando regresé a Villa Mercedes fui a verlo y lo encontré debajo de un
árbol, sentado sobre el elástico oxidado de una cama vieja, sin colchón, sin
los aparatos y sin bastones. El aparato se le había roto. La madre, cada vez
que el aparato se le rompía le pegaba, lo castigaba haciéndolo lavar los platos
prácticamente colgado de una pileta alta; colgado porque las piernas no lo
sostenían. Le pregunté por esos terribles aparatos y me dijo que el herrero... ¡los
aparatos se los hacía el herrero!, que el herrero le había dicho que ya no
podían arreglarse más, que no había forma de arreglo posible. Yo sentí en mi
corazón que de ninguna manera podía dejar a ese chico así. Su mamá convivía con
un hombre que no era el papá de Humberto. A pesar de que la mujer no trataba
bien a su hijo, conseguimos su consentimiento. Una de las chicas del grupo
misionero consiguió una silla de ruedas. Pudimos sacarlo de ahí. Lo trajimos a
Buenos Aires y lo llevé a ALPI (Asociación de lucha contra la parálisis
infantil). Todo parecía inútil entonces. Prácticamente no nos atendieron porque
lo miraron y vieron que no movía ni articulaba nada de la cintura para abajo.
Solamente nos dijeron que necesitaba otro tipo de atención. Recorrí, a partir
de entonces, muchos lugares hasta que finalmente, llegué al Hospital San Juan
de Dios, en Ramos Mejía, en la Provincia de Buenos Aires. A mí se me estrujaba
el corazón pensando que de ahí también saldría con otra negativa, pero, casi
milagrosamente, cuando lo estaban revisando, uno de sus pies se movió, apenas,
casi imperceptiblemente. Al ver ese mínimo movimiento, que por suerte el médico
también percibió, me dijo que lo dejara internado. La que lo iba a visitar
porque estaba en Buenos Aires, era Madre Constantina Sepich. Llegó el momento
en el que los médicos decidieron operarlo. Lógicamente, el chico tenía miedo,
se resistía a la operación. A su lado había estado internado otro chico que
había pasado por una cirugía parecida y que, a causa de eso, había quedado
cuadripléjico. Este hecho lo dejó muy asustado y no aceptó pasar por la
operación. Le hicieron un corsé y así fue tirando".
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